TELL MAGAZINE OCTUBRE 2022

36 tell. cl Me tiro a escribir con una imagen en nebulosa todavía. Si llego a las Indias es una novela lograda, bien escrita. Pero si a mitad de ruta los personajes se amotinan, se toman el barco, nos perdemos y descubrimos América… esa es una gran novela”. ¿Siempre tuviste ese apoyo de tu familia? Yo fui un irresponsable absoluto con mi familia, pero tenía que cumplirle al arte. Me faltaba tiempo para escribir. Mi jornada en la calichera empezaba a las seis de la mañana y recién a las siete de la tarde volvía del trabajo. Intentaba escribir todos los días, pero el cansancio me ganaba. A veces incluso me pillaba la inspiración en medio de la faena y escribía donde podía. Usaba el papel donde llevaba envuelto el pan con mortadela o en la misma tierra. La María Soledad (Pérez), mi señora, jamás me cuestionó. He tenido suerte con mi compañera. ¿Y cómo fue eso de quedarte en la casa después de un trabajo tan físico como el de minero? Era lo que yo más deseaba. Lo extraño no era para mí, sino que para mi gente. Tenerme dando vueltas por la casa o encerrado tratando de agarrar las historias de la cola para que no se escaparan. Muchas personas se hacen ideas equivocadas de un oficio como el de escritor, que uno es “distraído” y lo que no saben es que para escribir se necesita pura perseverancia, aguante y autoexigencia. Hay días en que no hablo con nadie, porque el tiempo no existe cuando me pongo a escribir. ¿Tienes algún método de trabajo? El que me invento yo mismo. Nunca recibí una clase, ni fui a algún taller. El autodidacta tiene que trabajar más que cualquiera que pasa por la universidad. AUTODIDACTA A MUCHA HONRA Su pasión y resiliencia lo movilizan más allá de los límites de la academia, explorando los recovecos del lenguaje en la medida en que sus personajes e historias lo empujan a hacerlo. De hecho, la Reina Isabel cantaba Rancheras se demoró cuatro años en ver la luz porque a medio andar Hernán se dio cuenta que esta novela requería más estudio, más perfección. Estuvo once meses analizando las fórmulas, sin más maestro que ese duende que lo acompaña. “Cuando estaba escribiendo La Reina, cambié la voz narrativa de tercera a primera persona y la historia adquirió una dinámica increíble. “Soy un genio” dije yo. Pero después leyendo descubrí que era un ejercicio que hacían en Francia el siglo pasado y ahí paré. Tenía que estudiar si quería lograr mi objetivo de hacer una novela universal. Compré libros de teoría, conseguí libros, me robé libros. Porque yo quería escribir una novela como a mí me gustaría leer una novela. Quería romper reglas, pero para romperlas, primero hay que conocerlas”, declara. ¿Cómo se vive ese proceso en un ambiente de trabajo tan solitario como el que elegiste? No tenía con quien hablar de poesía porque no conocía nadie que escribiera o que leyera siquiera en la pampa. Lo que hacía cuando escribía un buen poema o un buen cuento, era ir a la Biblioteca y compararlo con lo de Vallejos, lo de Cardenal, con Huidobro, con lo más grande. Y me decía “pucha que me falta” y seguía intentando. Todavía lo hago, sin parar.

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