El otro día, en la calle, me paró una señora para preguntarme por qué aún cuando estaba acompañada con su pareja, ella se sentía tan sola. Esto me hizo pensar en las muchas veces en las que yo me he sentido así y claramente es una sensación muy desagradable y, hasta cierto punto, difícil de codificar.
Primero, creo —y ese ha sido, por lo menos, mi trabajo con el tema— que nos cuesta mucho asumir que somos seres solos y que los otros no tienen la responsabilidad de hacernos felices y completar lo que nosotros hemos sido incapaces de hacer por nosotros mismos. El apego tan característico del occidente nos genera más sufrimiento del necesario.
Por otro lado, parece que las mujeres, con más frecuencia que los hombres, necesitamos estar “conectadas” emocionalmente con el otro, para no sentir esa dolorosa sensación de estar con otro y ser transparente. Aunque hablemos con otros, no se hace desde lo importante, sino solo desde lo cotidiano.
Creo que esta sensación hay que revisarla, primero, dentro de nosotros mismos; es un tema de expectativas, de cómo yo me invento la sensación de cómo debiera ser mi pareja. La otra pregunta es si tengo asumido que la responsabilidad de ser feliz es mía y el otro viene a compartirla, pero yo tampoco me puedo hacer responsable de la de él.
Si ambas respuestas están resueltas afirmativamente, entonces lo que queda es una conversación con el otro o con la otra, ojalá fuera de la casa donde se manifieste esa sensación desde mí y no criticando al otro y responsabilizándolo de mi conflicto. Invitar a la reflexión sobre un tema naturalmente humano y no enfrentarlo como una discusión de pareja.
La señora que me lo preguntó lo hizo y le funcionó. Yo a veces no he tenido el mismo resultado, pero creo que asertivamente es la forma más honesta de resolverlo. En todo caso, este es un camino de vida y no algo que se cierra en algún minuto. Dependiendo de la etapa de desarrollo se vuelve a presentar, porque las necesidades cambian con los años.
Tenemos la obligación de hacernos amigos de la soledad y de compartirla con los demás; si lo logramos, estaremos ganando una batalla de vida, de esas que tienen que ver con nosotros mismos.