Cree en el trabajo arduo mucho más que en el talento. Un artista que llama a darle al arte la importancia que tiene y que no teme decir que en Chile prima la cultura de lo light. Crítico y reflexivo, pintor y escultor, un apasionado de la familia y de la montaña.
Por Carolina Vodanovic/ Fotos Andrea Barceló
Era tanto lo que lo mandaban a la punta del cerro cuando en medio de una comida proponía hablar de arte, que en mayo pasado, literalmente, agarró su mochila y partió. A 5630 metros, en plena cumbre del “Pico Tarija” en Bolivia, levantó un lienzo y lanzó su campaña: “Hablemos de Arte”.
Aburrido de las típicas preguntas sobre cómo se inició en esto de la pintura y escultura, o si acaso sus padres lo apoyaban, Matías Vergara, avalado por veinticinco años con pincel y cincel en mano, nos invita a una conversación más profunda, donde sale a relucir la verdadera naturaleza del chileno.
¿Sabemos de arte?
Partiendo desde la educación, en Chile no se nos inyecta el arte como estructura principal, entendiendo lo importante que puede llegar a ser en la formación de una cultura. En el colegio, el ramo de arte, de música o de deporte, sirve para que ese niño, con promedio cuatro, suba la nota. Estos ramos no tienen el nivel de dificultad que debieran. Si tuviéramos el chip de la cultura inserto desde que somos chicos, cuando grandes lo veríamos reflejado y caminaríamos por una ciudad llena de arte. Lo mismo sucede con nuestros viajes; la clase alta de este país prioriza ir cuatro veces a Punta Cana y diez a Miami, y no conoce Europa. El chileno es parte de una cultura de lo light. Entonces si nos preguntamos si sabemos de arte, diría que poco, y si acaso nos interesa, diría que poco también. Finalmente, somos lo que nos merecemos y hay una pobreza cultural grande.
¿Por qué si nos interesa poco se está vendiendo en Chile más arte que nunca?
Hay un fenómeno bastante interesante y nos lleva a plantearnos cómo se está vendiendo ese arte y a servicio de qué... Hace veinte años la gente llegaba a mi taller y me compraba desde el coleccionismo, es decir, se enamoraban de algo y se lo llevaban sin saber siquiera dónde lo iban a poner. Hoy en día me piden probarlo; toman antes las medidas del sofá, se fijan en el color de las cortinas, le preguntan al decorador. Se instalaron todas esas preguntas que antes no existían y que denotan un enfriamiento en la relación del artista y el comprador.
¿Estamos más preocupados entonces de que todo combine?
Sí... cuando me hablan de combinar el cuadro con la alfombra o con el sillón, les digo que de aquí a diez años ese sillón probablemente no va a existir o lo habrán retapizado. La decoración también es desechable, porque todo pasa muy rápido; yo les digo que la pieza de arte que se van a llevar deben escogerla con el corazón, porque van a convivir con ella mucho tiempo, tiene una suerte de vida propia, es súper potente y sin duda comunica.
Ríe y agrega “yo estoy casado con decoradora —Mariola Arteche— y ella entiende esta salvedad. Si bien la decoración puede ser un arte, en tanto hay una relación con la belleza, persigue la funcionalidad. El arte no tiene que ser funcional, el interiorismo sí”.
PINTURA Y ESCULTURA
Mientras se seca la tela, Matías va moldeando una figura en plastilina... de ahí viene la cera que se fracciona y se vuelve un molde, se quema, se llena con bronce, se juntan las partes y se reconstruye la escultura para finalmente patinarla al fuego. En ambas disciplinas se siente cómodo, ambas suman al artista.
“Con los años, he aprendido a entender la escultura como un acto de verdad... tiene un volumen, una temperatura, la puedes recorrer y es absoluta. Para esculpir, debes saber decir la verdad y enfrentar esa realidad. En cambio, la pintura es pura mentira, no existe un atrás, no existe una profundidad, es un objeto bidimensional donde tú creas una ilusión. Para poder pintar necesitas ser un gran mentiroso”.
¿Con cuál te quedas?
Las dos caras me fascinan. Uso la pintura como una justificación para que abrace mi dibujo, pues soy más dibujante que pintor. Muchos creen que hago traspaso —imprimir las telas—, jamás lo he hecho, pero me gusta el hecho de engañar al otro, que no entienda bien cómo lo hice. Me gusta que la obra no sea inmediatamente decodificable, eso les obliga a estar más de un segundo y medio frente al cuadro. ¡Si logras eso es un éxito! La escultura, en cambio, permite reflejar tu verdad interior. Si bien los primeros pasos son más fáciles que en la pintura, llegar a tener un buen nivel como escultor es muy difícil.
¿Crees que el artista nace o se hace?
Yo te puedo hablar de mi caso, y de cómo me ha costado; siempre me gustó y siempre fue lo que hice. Hay una continuidad en mi vida respecto a dedicarle tiempo y trabajo a esto, ¡me he sacado la mugre! Trabajo las mismas horas que un tipo en la oficina.
Tengo una vida muy ordenada, muy esquematizada, no pinto cuando quiero ni cuando tengo ganas, ni cuando viene la musa; no creo en ella, solo creo en el trabajo. El camino que yo he recorrido, tiene que ver un ochenta por ciento con el trabajo, con el machaca, con la investigación y, por supuesto, con la inversión.
¿Y siempre estás con ganas de trabajar?
Cuando no estoy con ganas de pintar, llego al taller a ordenar; dispongo los acrílicos a un lado, los óleos a otro, ordeno por colores, raspo los conchos de pintura, lavo los pinceles, pongo música, hiervo agua, me hago un café, creo la atmósfera, y cuando ya tengo las manos sobre la tela empiezo a conversar con ella, me pide y le empiezo a dar...
Actualmente Matías está trabajando en una nueva propuesta donde la luz, la sombra y la degradación, en una sumatoria de capas de colores, producen tramas donde no se sabe cuál vino antes y cuál después; el resultado es una atmósfera con profundidad y luz, donde aparecen personajes u objetos en una escala pequeña que pasan a ser secundarios... De vez en cuando vuelve a sus temas más clásicos, los botes y los caballos.
“Hay tres palabras que definen mi vida: la familia, el arte y la montaña. A la montaña me he ido acercando lentamente porque le tengo mucho respeto, es mi gran pasión y me falta abordarla en mi trabajo, es demasiado grande. Llegará el minuto en que me sienta preparado y lo haga”, concluye.
“Si tuviéramos el chip de la cultura inserto desde que somos chicos, cuando grandes lo veríamos reflejado y caminaríamos por una ciudad llena de arte”.
“El arte se sustenta solo y no tiene que combinar con nada, basta con que el cliente y la obra tengan una conexión”.
“Tengo una vida muy ordenada, muy esquematizada, no pinto cuando quiero ni cuando tengo ganas, ni cuando viene la musa; no creo en ella, solo creo en el trabajo”.