El innovador proyecto nacional permite reciclar residuos orgánicos y transformarlos en alimentos para animales. De esta manera, el equipo de Food For the Future busca ayudar a resolver la problemática mundial de limitadas fuentes nutricionales para el consumo animal y, a la vez, reciclar la enorme cantidad de deshechos que cada año terminan en los vertederos.
Por Camila Bauer S. / Fotografía Francisco Cárcamo
El exponencial crecimiento de la población mundial y los limitados recursos naturales con que contamos han puesto el foco sobre nuevas fuentes de alimentación sustentable. Bajo esa premisa, Cristian Emhart, junto a su socio Alejandro Tocigl, empezaron F4F: Food for the Future, la primera empresa chilena de cultivo de insectos para nutrición animal.
Según la FAO (Food and Agriculture Organization de las Naciones Unidas), para el año 2050 se espera que la población mundial ascienda a nueve mil millones de personas, por lo que se necesita que, para esa fecha, se aumente la producción de alimentos en un setenta por ciento. Esto pone una gran presión internacional por encontrar soluciones reales para cubrir la creciente demanda de alimentos con los recursos naturales limitados de nuestro planeta.
Emhart, ingeniero civil de profesión, explica que siempre se interesó por el tema de la sustentabilidad. Luego de realizar un máster en Facilities Management en la Universidad de Sydney, Australia, se incorporó a Fundación Chile como director del Centro de Producción y Consumo Sustentable, donde hacían medición de huella ambiental de diversos productos. “Al analizar el comportamiento de los impactos ambientales, la producción animal tiene una incidencia importante y, dentro de ella, la alimentación animal constituye el ochenta por ciento del impacto”, explica Emhart.
Fue esa inquietud la que, en 2015, los llevó junto a Tocigl y a otros tres socios fundadores — Andrés Pesce, Francisco Serra y Gonzalo Urquieta— a formar Food For the Future. Comenzaron este proyecto como una forma de producir una fuente alternativa de alimentos para el consumo de animales, especialmente peces, mascotas y aves. “Un colega investigador me habló sobre el tema de los insectos y me quedó dando vueltas. Tiempo después, Alejandro volvió con esta idea luego de estudiar en la Singularity University de la NASA y me contactó”. En ese momento comenzó a gestarse el proyecto que ya lleva en pie más de tres años y cuenta con un equipo de doce personas.
DE DESPERDICIOS A ALIMENTO
El proceso productivo comienza con la recuperación de residuos orgánicos provenientes de la industria alimentaria localizados en la Región del Maule. Estos son trasladados a la planta experimental en Puerto Montt, una ubicación estratégica por encontrarse cerca de la industria salmonera. Es aquí donde se cultivan las larvas de la mosca Soldado Negro (Hermetia illucens), especie que eligieron por ser la más eficiente en la transformación de desechos orgánicos y por estar presente en nuestro país desde hace décadas. Tan solo un kilo de huevos de larva consume veinticinco toneladas de residuos orgánicos, transformando desechos en materia prima en un corto periodo, de entre una semana y diez días. Luego, las larvas son convertidas en harina, producto final que posee alto valor nutricional, específicamente en proteínas y aminoácidos necesarios para el crecimiento y desarrollo de animales.
Además, como subproducto del proceso, las larvas generan residuos orgánicos, que también comercializan como fertilizante para el cultivo de plantas y hortalizas. Es decir, en todo el procedimiento no se producen desechos contaminantes, sino que se reutilizan y se le da valor a materia orgánica que, de otra forma, terminaría sumando toneladas de basura a los vertederos.
Otro de los grandes beneficios es que tiene muy bajo impacto ambiental, por lo que es una opción sustentable, es decir, una alternativa viable en el largo plazo y con proyección para seguir creciendo sin detrimento de los recursos naturales. “A diferencia de la producción de soya y la harina de pescado, los alimentos provenientes de insectos no utilizan grandes cantidades de agua en su producción y la huella de carbono del proceso es bastante baja”.
Es por eso que ya se considera una solución tremendamente atractiva para el consumo animal, y en algunos países, incluso, para el consumo humano. “Recibimos un residuo y lo aprovechamos reinsertándolo en la cadena alimenticia. Además, estamos reemplazando proteínas no sustentables como la harina de pescado o la soya, lo que hace que el proceso sea muy interesante desde un punto de vista ecológico”, explica Emhart.
Ha sido tal el éxito de esta nueva iniciativa alimentaria que en países más desarrollados, como Canadá, Estados Unidos, Holanda y Sudáfrica, ya existen plantas de cultivo de insectos. En Chile, en tanto, F4F es la única empresa en su tipo.
RECONOCIMIENTO Y PROYECCIÓN
Tan buena acogida ha tenido este proyecto que Emhart ha recibido varios reconocimientos a nivel nacional. Entre ellos destaca su nombramiento dentro de la lista de Jóvenes Líderes 2016, del diario El Mercurio, y Jóvenes influyentes 2017, del diario El Financiero, lo que avala su aporte como empresario e innovador. Además, F4F ha recibido el apoyo de instituciones como CORFO, con trescientos millones de pesos para la investigación sobre los beneficios de compuestos de valor de la harina y aceite de insectos para comercializarlos como alimentos funcionales para animales, fondos de emprendimiento como Start-Up Chile y PRAE (Programa Regional de Apoyo al Emprendimiento), y levantamientos de capital privado, que también reconocen los beneficios de este nuevo proyecto para nuestro país.
¿En qué están ahora?
Estamos realizando una investigación en conjunto con el laboratorio Merkén y el Centro de Estudios de Alimentos Procesados (CEAP) de la Universidad de Talca para evaluar qué residuos orgánicos de la Región del Maule son mejores para el cultivo de las larvas y lograr que el alimento final sea de la mayor calidad nutricional posible.
¿Cuál es su proyección?
La proyección para los próximos dos años es abrir una planta en la Región del Maule e industrializar el proceso para hacerlo a mayor escala. Reciclar cincuenta mil toneladas anuales de residuo orgánico y lograr una producción estimada de 200-250 toneladas de harina al mes. Además, en el corto plazo esperamos poder introducirnos en nuevos mercados nacionales, específicamente para la alimentación de salmones, cerdos, y diversas aves, para luego expandirnos al resto de los mercados latinoamericanos.
“A diferencia de la producción de soya y la harina de pescado, los alimentos provenientes de insectos no utilizan grandes cantidades de agua en su producción y la huella de carbono del proceso es bastante baja”.
“Queremos abrir una planta en la Región del Maule e industrializar el proceso para hacerlo a mayor escala”.