Esculturas de mujeres, figuras de la virgen María con el niño en brazos, sus inconfundibles zapatos de cerámica y —ahora ultimo— pintura en porcelana, son el sello de una artista que no se cansa de explorar lo femenino. Lo hace porque dice que, en la mujer, está la belleza.
Por María Jesús Sáinz N. / Fotografías Andrea Barceló A.
Su casa es también su taller. Erna Pohl, constructora civil de profesión y artista por más de veinticinco años, no solo tiene habilitado en su luminoso departamento de Vitacura un espacio para trabajar en sus esculturas, cerámicas, dibujos y clases de pintura, sino también es posible ver muestras de su arte por todas las habitaciones. “Voy invadiendo los espacios”, dice con una sonrisa.
Una terraza amplia acoge el horno que la ha acompañado desde que se dedica a la cerámica gres, y que fue regalo de su padre antes de morir, y una mesa donde descansa el trabajo que hace al aire libre; en el living tiene un espacio para pintar porcelana; y en su habitación, un taller y un balcón cerrado con todo lo que necesita para trabajar, además de una hermosa vista a la cordillera y a árboles que le recuerdan a su Temuco natal.
Para ella, el arte es algo cotidiano, un oficio que se mezcla con la vida, completamente ligado a su hogar. Por eso, lo invade todo. Ha estado inmersa en este mundo por décadas, siempre creando, enseñando y aprendiendo con profesores que describe como “maestros generosos para enseñar”. Siempre en la búsqueda de nuevos caminos creativos.
AMOLDAR LA ARCILLA
“Siempre me gustó pintar y en Temuco dictaba clases, pero cuando llegué a Santiago, hace más de seis años, el maestro que yo tenía y que admiraba mucho, me dijo que no pintaba bien y me sugirió la escultura”, recuerda. Con toda humildad acogió el consejo y fue así como se enamoró del gres.
¿Qué fue lo que te gustó?
La materialidad. El tocar. El hecho de que tú lo amoldes, se vuelve una pasión. Para mí es un vicio y una fuente de compañía.
¿En qué sentido el arte te acompaña?
Llena mis espacios. Me acompaña mucho y me entretiene. Soy una mujer que tiene mucha fe, que cree que todo pasa por algo y que todo tiene su tiempo, y este es un tiempo para mí. Me puedo demorar tres semanas en hacer una escultura y eso tiene que ver con el momento y con la edad.
Tiempo y paciencia, algo que parece escasear en estos días...
Yo creo que el trabajo manual ahora está volviendo. Por una parte, mis pares lo están revalorando, pero también los jóvenes están con esta idea de que la comida tiene que ser hecha por ellos, por ejemplo… una vuelta hacia lo más natural.
Por estos días ha empezado a dictar clases de gres a sus alumnas de pintura, pues quiere que ellas también experimenten el placer el moldear la arcilla, trabajar con paciencia y conectarse con una nueva expresión artística, pero también toma clases, porque ha sido y sigue siendo una eterna estudiante.
“Me empezó a gustar la loza antigua”, dice mientras muestra un platillo de porcelana que heredó de su mamá. “Empecé a ver el detalle, a analizar cada flor, a pensar cómo las personas pueden hacer esto”, explica, y con tanta suerte, que consiguió a pocas cuadras de su casa una maestra alemana. Gracias a esta nueva incursión está probando nuevos materiales, dibujando e, incluso, incorporando textos a sus obras.
MUJERES
El sello de Erna ha sido su trabajo escultórico con gres y particularmente su mirada sobre lo femenino. Esculturas de mujeres que responden a estereotipos como la cabeza de pollo, la enrollada o la besadora, zapatos de tacones e imágenes de la virgen a quien ella simplemente llama “las marías”, son los infaltables de su colección.
¿Por qué esta vinculación con lo femenino tan fuerte?
No tengo idea. Supongo que porque la mujer es más bonita, es más fácil llevarla al arte que al hombre. Además, conozco mejor lo femenino. Con tus amigas conoces mucho a las mujeres. Sabes lo que están peleando, sabes que hay una que es cabeza de pollo u otra que está enamorada. A los hombres no los conoces tanto.
¿Y qué valor tiene mostrarlo, sobre todo hoy que estamos resignificando lo femenino?
Simplemente pretendo ilustrarlo. Mi arte es ilustrativo. Deja entrever, desde un punto de vista divertido, esa belleza. Además, en esas mujeres hay algo de mí. La verdad es que son como yo. Yo soy muy cabeza de pollo y, de repente, seguramente hablo cabezas de pescado (ríe).
¿En tu serie de zapatos de mujer, también buscas ese lado divertido?
Son muy entretenidos. Me fascinan los zapatos y es, además, una forma de sacar un lenguaje. Los zapatos de una mujer pueden ilustrar su personalidad.
¿De todas tus representaciones de la mujer, cuál te gusta más?
La virgen María, porque yo la admiro mucho. Ella es bacán. Tiene una luz impresionante. Es para imitar, aunque cueste mucho. Y me pasa que, al hacerla, rezo. No es que me rece una avemaría, pero sí es un proceso de reflexión y de mucha paz. Ellas tienen ternura cuando toman al niño, entonces cuando llego a esa parte, siento una sensación muy rica. Están hechas con mucho cariño. Hacerlas me conecta con la energía de una mujer importante.
“Soy una mujer que tiene mucha fe, que cree que todo pasa por algo y que todo tiene su tiempo, y este es un tiempo para mí. Me puedo demorar tres semanas en hacer una escultura y eso tiene que ver con el momento y con la edad”.
“La materialidad. El tocar. El hecho de que tú lo amoldes, se vuelve una pasión. Para mí es un vicio y una fuente de compañía”.
“Mi arte es ilustrativo. Deja entrever, desde un punto de vista divertido, la belleza. Además, en esas mujeres hay algo de mí”.
“Yo creo que el trabajo manual ahora está volviendo. Por una parte, mis pares lo están revalorando, pero también los jóvenes están con esta idea de que la comida tiene que ser hecha por ellos, por ejemplo… una vuelta hacia lo más natural”.