TELL VINA ABRIL 2019

La costa de Maitencillo fue el lugar ideal para conversar con esta deportista profesional, que se apronta a comenzar su cuarto año en el circuito mundial. De cómo la vida la llevó a practicar un deporte que nunca imaginó, el histórico oro conseguido en los Juegos Panamericanos y el futuro auspicioso del bodyboard en Chile. Esta es la historia de una mujer incansable. Por Germán Gautier V. / fotografía Mariela Sotomayor G y gentileza de Valentina Díaz. S on los últimos atardeceres en Mai- tencillo y ese sol estival, que días atrás caía como fruta madura, terminó por esfumarse. Este que ofrece el incipiente otoño en la playa de Aguas Blancas es más fresco, está hecho de acuarela, y Valentina Díaz Langdon lo observa en silencio. En un par de semanas, esta deportista de veintio- cho años parte al estado de Oaxaca, en México, donde se encontrará con un viejo amor: su adorada Playa Zicatela, en Puerto Escondido. Allá realizará la pretemporada para arrancar su cuarto año como profesional en el APB World Tour —la competición que reúne a los y las mejores bodyboarders del pla- neta—, con la férrea intención de superar el décimo puesto que logró el año pasado. Valentina va con buenas energías. En julio del año pasado, en un día de entrenamiento en Zicatela, apareció inesperadamente una ola de seis metros —lo que mide una jirafa adulta, por ejemplo— que no dudó en remar y que la convirtieron en récord mundial. El video de la hazaña se hizo viral y de regreso a casa se encontró con un llamado de la ministra del Deporte, Pauline Kantor. “Hubo una conexión entre dos mujeres deportistas y empoderadas”, asegura Valentina. “Ella tiene co- nocimientos sobre estos deportes que no son muy masivos en el país, pero que han hecho famoso a Chile alrededor del mundo, y que ha traído mucho turismo. Sabe que hay personajes en el mundo del surf, como Ramón Navarro, Cristián Merello, Diego Medina o yo. Sabe que son deportes nuevos y que están haciendo historia”. LA CORDILLERA “Yo nací con los esquís puestos”, recalca Valentina. A los tres años ya se deslizaba por las montañas albas del Centro de Ski El Colorado donde su padre, Orlando Díaz Rodríguez, era mountain manager . Vivía en El Arrayán y dice que las Barbies no eran regalo de cumpleaños ni de navidades. Con un hermano mayor y otro menor, sus días transcurrían jugando con un palito en el patio, arriba de los árboles y luego sobre una tabla de skate. “Siempre me he sentido muy bien en los ambientes naturales y esa es influencia de mi papá”, afirma. A los diez años competía representando los colores del club Univer- sidad Católica, pero seguir las reglas del slalom le parecía aburrido. Arrancarse de los entrenamientos e irse a esquiar sola o con amigos fuera de las pistas eran para ella actos de verdadera adrenalina. De todos modos, la cordillera seguía marcando su ritmo de vida: a los diecisiete años terminó el curso de profesora de esquí y un año des- pués ya estaba enseñando. Pero a esa edad ambivalente, repleta de cambios y decisiones por tomar, una nueva pasión brotaba y lo hacía lejos de la mon- taña. Muy lejos. “Mi papá tenía una fábrica de ropa técnica de esquí —cuenta Valen- tina—, y cuando llegaron los chinos en los noventa quebramos. Nos tuvimos que venir a la playa, a la casa de mi abuela en Marbella 35 tell. cl

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