TELL VINA ABRIL 2019
32 tell. cl los libros, es un aprendizaje muy duro darme cuenta de que no son la única forma de crear conocimiento ni saber. Y que no puedo, des- de los libros, despreciar las otras formas, porque me quedo atrás”. Lo audiovisual, por ejemplo... La lectura salvaba del aburrimiento en tiempos en que no había otros medios. Ahora la gente puede hacer muchas cosas. Las series han evolucionado, algunas son muy interesantes. Reemplazan al folletín, que en el siglo XIX era mirado en menos, y nos olvidamos que Dickens escribía folletines... Las humanidades tienen muchas salidas. Algunas se van a ir como secando y muriendo, y van a em- pezar a salir otras. Espero que nunca se seque y se muera el libro, que es lo mejor de la vida. Para ti, ¿cuál es el aporte vital de la lectura? Si uno se mueve bien en el mundo de los libros, se va a mover bien en los otros mundos, porque el mundo de los libros te enseña, pri- mero que nada, la complejidad de las cosas, de una manera que te captura. Hay algo muy lindo que quisiera decir. Bueno, lo ha dicho Martha Nussbaum (filósofa estadounidense), que las personas que leen son capaces de entender la complejidad de la experiencia hu- mana y mucho más difíciles de manipular por un sistema que solo las quiere transformar en entes económicos. VISTA CERCANA DE LIHN Adriana fue pareja del poeta Enrique Lihn, por siete años. También lo acompañó durante sus últimos meses de vida —falleció de un cáncer, en 1988— y, a pedido de él, publicó, junto con Pedro Lastra, su libro póstumo Diario de muerte (1989). ¿Es cierto que relegaste tu propia escritura por estar con él? Enrique murió hace treinta años. Yo, a los veinte años de su muerte, escribí un libro — Enrique Lihn: vistas parciales , premio Altazor a Mejor Ensayo Li- terario— para cerrar ese capítulo, está todo ahí. Lo quise mucho. Y su encargo, cuando se iba a morir, fue una muestra de confianza y de pertenencia, hermosa y terrible... Él fue para mí mucho más que estudiar un doctorado. Porque era un hombre au- todidacta y, sin embargo, de una cultura enorme, que no se regía por los patrones estrictamente académicos. Y resulta que era el interlocutor más interesante y más difícil para cualquier académico experimentado. ¿Qué aprendiste de él? Aprendí mucho, sobre todo de literatura francesa. Aprendí mucho más: aprendí ética. Él nunca hacía nada para que le fuera bien, al revés. Si la honesti- dad intelectual exigía que uno dijera algo inconve- niente, sin duda, él lo iba a decir. Y yo no era, ni soy, ni nunca voy a ser así, pero, por dios que admiraba esa actitud. ¿Qué otras cosas valoras en las personas? Me encanta la gente inteligente, la gente que tiene humor. Sospecho mucho de la pomposidad, que oculta debilidades. Uno tiene que estar a la intem- perie. Uno es lo que hace, no la importancia que se puede atribuir, que se puede deshacer en cual- quier minuto. Es fundamental no ponerse a uno mismo en el centro. Por eso, acá, en la academia, me interesa tener un liderazgo humilde: canalizar la fuerza de los otros. Para mí, que tanto amé los libros, es un aprendizaje muy duro darme cuenta de que no son la única forma de crear conocimiento ni saber. Y que no puedo, desde los libros, despreciar las otras formas, porque me quedo atrás”. T
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDQ4NTc0