TELL VINA ABRIL 2019
con mucha gente, cosa que para mí era un tormento, y le hubiera gustado que fuera una chica de sociedad, pero en eso yo era un fracaso. Como en la básica hicieron que se saltara dos cursos por “matea”, Adriana tuvo que vérselas con compañeros mayores. “(Carl) Jung decía que si tú peleas con un boxeador, él te va a dar un golpe, pero todos tienen una manera de defenderse: la mía era intelectual. Fue una época triste... Recién, después de los quince años, comencé a ser más feliz”. ¿Te sentiste maltratada? Intimidada. Era muy tímida. Ahora no. Es lo bueno de la vejez, que te quita esas cosas. Ojalá no hubieran existido, pero las recuerdo porque pienso que pueden interesarles a otros, en el sentido de que hay que cuidar mucho los entornos afectivos de los niños. En el contexto actual, ¿qué importancia tiene ser la primera direc- tora de la Academia Chilena de la Lengua? Son dos cargos, en realidad, ese y presidenta del Instituto de Chile, que es algo que le toca por ley a una academia y, esta vez, era el turno de la nuestra (son seis). Yo pensaba que a los setenta y cinco me iba a retirar a un lugar frente al mar, donde vivo encuevada, cerca de Za- pallar. Iba para allá y apareció esto. Y dije sí, por lasmujeres. Si no, ha- brían pasado más años hasta que otra accediera al cargo. En la Aca- demia Chilena hay setenta y ochomiembros; diecinueve sonmujeres. Gabriela Mistral es miembro de número permanente... Sí, es una categoría especial... De todas las academias de la Asocia- ción de Academias de la Lengua Española (ASALE), nosotros somos No tengo una palabra favorita... Las palabras me gustan en contextos. O sea, yo pienso que son como los poemas: la palabra más sencilla puede terminar siendo un sol o una estrella, si en el poema está puesta de tal manera...” 30 tell. cl abogada de DD.HH. y una profesora— y abuela de ocho nietos —dos viven con ella—, la apasiona es- cuchar música clásica, ver cine, practicar yoga y nadar en el mar. “Adoro la sensación que me da de no tener peso”, dice. Se crio cerca de Maipú, cuando esa comuna era un campo interminable. Y pasó su juventud en Providencia, donde vive actualmente. La mayor de cinco hermanos —quedan cuatro— y la única mu- jer, se enamoró de las palabras y los libros gracias a su padre, un hombre que estudió leyes, pero que nunca ejerció como abogado. “Él leía el día entero y conversaba mucho con sus hijos”. ¿Y tu madre? Era la señora de mi papá. Ella no sentía amor por los libros, al contrario: siempre consideró que estar sola era estar triste... Le interesaba que estuviera
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