TELL MAGAZINE ABRIL 2022
33 tell. cl ¿Y tus hermanas? No las alcancé a ver, porque dos de ellas llegaron después. La tercera se quedó en Odesa con su novio. No quiso irse sin él. Ella ahora está cuidando a nuestra abuela que también está en Odesa. El 7 de marzo se embarcaron vía Air France a Chile. “Yo ya había vivido un tiempo acá, es un país muy amigable, y acá está la familia de Gonzalo. Recién cuando nos bajamos del avión sentí alivio y tranquilidad. Recién acá”. “SOY LIBRE” Violetta Udovik tiene treinta y cinco años, tres hermanas y habla cinco idiomas: ucraniano, ruso, inglés, español y japonés. Es licenciada en Relaciones Internacionales en Odesa, Magíster en Relaciones Internacionales en Ucrania y de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Tokio y con un doctorado en Historia Mundial. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania la contrató para trabajar en su embajada en Japón. Llevaban recién seis meses de vuelta en Odesa, luego de haber estado cuatro años en Tokio, cuando estalló la guerra. “Yo hablo ruso, toda mi vida lo he hecho, pero eso no significa que sea rusa y que me tengan que venir a liberar, soy ucraniana y soy libre”. ¿Cuál es el sentimiento del pueblo ucraniano? Que los rusos se apropiaron de nuestra historia. Todo lo que la gente cree que es ruso, en realidad es ucraniano y eso a los rusos nunca les ha gustado. La Rus de Kyiv se fundó mucho antes que Moscú. Los rusos, para satisfacer sus ambiciones imperiales, quieren retomar el control de toda el área de la ex Unión Soviética. El objetivo es destruir a Ucrania, a su gente, su cultura y su idioma. “Nosotros valoramos la libertad, somos un pueblo profundamente democrático, lo que pasa es que hemos estado dominados durante mucho tiempo. Toda nuestra historia ha estado marcada por la lucha por la independencia”. ¿Esperaba Rusia este nivel de resistencia? Durante los primeros ataques rusos por el norte, no solo nos defendió el ejército, sino los llamados grupos de defensa territorial, que son voluntarios que se inscriben y reciben entrenamiento militar. Hemos visto a abuelas, a gente en silla de ruedas hacer molotov, a mujeres hacer mallas para camuflajes. Hay historias que hablan de campesinos ucranianos que se han robado tanques rusos con un tractor. La resistencia es global y eso Rusia nunca lo esperó. Para ellos el discurso era que en Ucrania iban a ser recibidos con los brazos abiertos, flores y banderas rusas. la Ley Marcial, que establece que todos los hombres entre los dieciocho y los sesenta años tenían que quedarse en el país, porque podían ser llamados por el ejército. Emocionalmente fue fuerte, sobre todo porque tratábamos de que Fernando no se diera cuenta”. ¿Lo lograron? El lugar estaba lleno demilitares vestidos de combate, con fusil largo de guerra. Juntaban a la gente que quería cruzar a pie en grupos de cincuenta personas. Mi hijo los vio, imposible no distinguirlos. ¿Quiénes son, papá?, preguntó. Le dijimos que era el ejército ucraniano y que estaba ahí para protegernos. Mientras caminaban, estaban en permanente contacto con la gente del consulado que ya iba camino hacia la frontera. En el cruce limítrofe, a Gonzalo no lo dejaron salir de Ucrania, porque no tenía documentos. Habla Violetta: “yo tenía mi cédula de identidad ucraniana y Gonzalo también, pero al ser extranjero necesitaba el pasaporte para poder salir del país. Polonia y otras naciones de Europa habían cancelado todas las restricciones de movilidad para poder recibir a mujeres y niños ucranianos, pero no así a los extranjeros”. A lo lejos vieron un auto diplomático que se acercaba. Una bandera chilena flameaba como distintivo. Tuvo que cruzar la frontera polaca y llegar hasta el límite con Ucrania para ir a buscarlos. Les llevaban pasaportes de emergencia a Gonzalo y a Fernando, el hijo de ambos de seis años. “Nos encontramos con otros chilenos. Incluso uno le dio un beso a la bandera chilena. Venía arrancando desde Kyiv con su señora y su hijo cuando la ciudad comenzó a ser bombardeada”, recuerda Gonzalo. Habla Violetta. “Yo estaba en permanente estado demiedo y pánico. Cuando cruzamos a Polonia, tenía claro que había llegado a un lugar seguro, pero mi corazón estaba alterado y no me sentía tranquila. Tenía mucha angustia y ansiedad, sobre todo por mi hijo, que no tenía por qué estar viviendo todo esto a su edad. Estaba paralizada, no podía pensar”. Polonia abrió inmediatamente las fronteras. No hubo exigencia de pasaporte ni de examen COVID. Dicen que fue impresionante la acogida de los polacos. Llegaron a las doce de la noche a Varsovia. Había banderas ucranianas por toda la ciudad, “en las casas, en los trenes, en los buses, en los museos, en todos lados. Deben de haber cerca de dos millones de refugiados en Polonia, pero no ves refugios propiamente tal, tampoco tiendas de campaña con gente durmiendo en el suelo ¿y sabes por qué?, porque la gente los ha acogido a todos en sus casas”, asegura Violetta. Estuvieron cerca de diez días en Polonia. “Tuvimos que viajar a Wrozlav, donde vive una prima. Nos demoramos mucho en llegar, son cerca de 350 kilómetros. Ahí me encontré con mi mamá, que también había salido de Ucrania. Ella me traía el pasaporte y otros documentos. Hablamos de la importancia de ir a un lugar seguro y de que era una locura lo que estaba pasando. Una locura”. Vamos a luchar hasta el final, vamos a ganar esta guerra. Porque no solo estamos protegiendo a nuestro país, sino que también estamos luchando por un mundo más humano y civilizado”.
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