TELL MAGAZINE ABRIL 2022
31 tell. cl Tuvieron que salir del país con lo puesto. La guerra los sorprendió en Dragobrat, región de los Cárpatos, a donde habían ido de vacaciones. Chileno él, ucraniana ella, debieron cambiar de planes y salir hacia Polonia. Ya en Chile, un poco más tranquilos, hablan de la travesía que tuvieron que vivir y lo que implica para ellos una guerra que no buscaron y que ya lleva más de cincuenta días. Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés y gentileza entrevistados U n par de semanas antes del conflicto, a Gonzalo Sáez lo contactaron del consulado chileno en Polonia. Querían saber dónde estaban y cuántos eran. “Yo creo que inteligencia internacional estaba en alerta por lo que iba a pasar”, comenta. La noche del 23 de febrero, lo volvieron a llamar para preguntarle si tenía su pasaporte vigente. “Estábamos en un centro de esquí en Dragobrat de vacaciones. Era nuestra última noche antes de volver a nuestra casa en Odesa. Les dije que sí, pero que no lo tenía conmigo, que estaba en mi casa. Macanudo, me contestaron, ojalá que no hablemos más”. Al día siguiente, a las siete de la mañana, los despertó el teléfono. Era Karina, una de las hermanas de Violetta. “Despiértense, empezó la guerra. Nos están bombardeando”. Habla Violetta: “Mi hermana conoce a mucha gente y nos dijo que nos fuéramos en tren a Lviv, y nos alojáramos en casa de Svyatoslav, un amigo suyo. El plan era viajar a la frontera con Polonia y salir lo más rápido posible de Ucrania”. Lo que le preocupaba, más que nada, era la salud y el bienestar de su hijo. Experiencia en situaciones de emergencia ya tenían. En 2011, para el terremoto en Japón, habían tenido que recurrir a la embajada chilena para que los evacuaran ante el peligro de radiación de la central de Fukushima. “Llamé al consulado y les dije que nos tenían que sacar como fuera”, cuenta Gonzalo. “Pasamos la noche en Lviv. A pesar de que, en general, los ucranianos son muy alegres y hospitalarios, al llegar allá el ambiente estaba tenso, enrarecido, la gente muy nerviosa… Habían avisado que iban a bombardear esa zona. Esa noche hablamos poco, muy poco. Estábamos asustados. Nos despertaron al alba las sirenas que alertaban sobre un posible ataque aéreo”. Pero no hubo ataque. Era el 25 de febrero. Tomaron un taxi que los llevó a la ciudad fronteriza de Rava-Rus’ka. Unafila interminabledeautosseextendíaporunosquincekilómetros hasta la frontera polaca. Habla Gonzalo: “Cuando quedaban un par de kilómetros, los militares no nos dejaron seguir en auto. Tuvimos que hacer el resto a pie. Menos mal que no hacía tanto frío”. ¿De qué temperatura estamos hablando? Un grado. ¿QUIÉNES SON, PAPÁ? Al bajarse del auto, se unieron a las demás personas que caminaban hacia Polonia bajo un sol todavía invernal. Hombres, mujeres, ancianosyniños,con la incertidumbrepintadaensuscaras.También algunas mascotas. Muchos de ellos con lo puesto y apenas un bolso para llevar una vida de recuerdos. “Me sentía triste, muy triste. Había mucha gente junto a nosotros, se hablaba poco”, recuerda Violetta. Caminaron cerca de un kilómetro y medio sin saber si iban a poder cruzar. Cada uno con una mochila al hombro y una maleta pequeña con toda la ropa de abrigo que pudieron meter. “Llevábamos agua, galletas, lo que pudimos comprar. Nos trajimos lo imprescindible; nuestras maletas se quedaron en Lviv”. Cuentan que las autoridades tuvieron que abrir la frontera para que la gente pudiera cruzar a pie. Habla Gonzalo: “El escenario era desgarrador, porque solo las mujeres y los niños podían salir de Ucrania. La guerra había activado
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