TELL santiago DICIEMBRE 2018

Un día me encontré con la hermana de una amiga que estaba de promotora en un supermercado. “No puedo creer que seas monja”, me dijo, con los ojos abiertos como plato. “Y yo no puedo creer que seas promotora”, le contesté. Nos reímos mucho. Durante los dos años del noviciado nunca tuve una crisis vocacio- nal fuerte en el sentido de despertarme y preguntarme qué estoy haciendo acá. Mi pregunta iba más por el lado ¿será esto? El hecho de que me empezaran a llegar los partes de matrimonio de mis amigas, o ver en misa a parejas jóvenes con los niños chicos, a las mamás con sus coches, me hizo cuestionarme varias veces ¿será esto lo que Dios quiere para mí? Lo que a mí más me costaba era rezar. Cuando iba a la capilla, me apoyaba en la pared y me quedaba dormida. Y aunque siempre dis- cutía con mis hermanas de curso, tengo mucho contacto con ellas hasta el día de hoy y cuando las voy a ver me sigo sintiendo como en mi casa. Me hice de muchas amigas adentro; de hecho, en las vaca- ciones de invierno fui a ver una amigamonja aMadrid. Así de amigas. LA DECISIÓN Era mayo del 2015 cuando decidí dejar la congregación. Fue muy loco. Nos estábamos preparando para tomar los votos definitivos y un díamiércolesme desperté incómoda, rara. Después de las oraciones de lamañana, nos fuimos de paseo. Pero antes le dejé una nota ami maestra novicia: “quiero hablar contigo”, decía. Esos eran nuestros wasaps. A la vuelta le dije: “yo creo que esto no es para mí”. “¿Pero por quéme estás diciendo esto?”. “Soy profundamente feliz acá, pero no quiero llegar a tener cincuenta años y arrepentirme de no haber tenido una familia, de no haber tenido mis propios hijos”. “Rézalo”, me pidió. “No tengo nadamás que rezar”, le contesté al día siguiente. T En el Noviciado nos cambiamos el nombre. Como el mío, que es Constanza, ya estaba ocupado por otra hermana, tuve que elegir uno y escogí Pía, porque era corto y fácil. Con el correr de los días y los meses, ese nombre empezó a tomar un sentido muy grande en mi vida. A veces, con las hermanas jugábamos a los países con nuestros nombres nuevos para ir acostumbrándonos”. 46 tell. cl El viernes le comuniqué a la superiora provincial que me iba. El sábado llamé a mi mamá. Y el do- mingo a las seis de la tarde llegó a buscarme junto con mi papá y mis hermanas. Lo más impactan- te fue sacarme el vestido y despedirme de la que había sido mi familia durante todo ese tiempo. ¡Y mi pelo! Fue como volver a descubrirlo después de haberlo llevado cubierto durante tanto tiempo. Me costó mucho dejar a la comunidad. Salí a los veinticinco años sin título, sin ropa, sin haber esta- do durante tres años con mi familia, sin experien- cias con mis hermanas y a depender nuevamente de mis papás. Fue como volver a armarme. No sabía qué era una selfie , tampoco lo que era un hashtag . Mis hermanas me decían que era como si yo hubiera estado congelada. Nunca quise hacer “borrón y cuenta nueva”. De las cosas que me quedaron, estando en la congrega- ción, fue la libertad. La libertad de decir las cosas, la libertad de acción. Hoy me siento más parada en el mundo, con más opinión, con más herra- mientas para la vida, como la oración, la reflexión, y el aprender a escuchar, una de las cosas más valiosas que aprendí”. De las hermanas que entraron con Constanza, quedan dos. Actualmente viven cerca de ciento cincuenta religiosas. El columpio sigue en la con- gregación, colgado de un gran pimiento.

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