TELL santiago DICIEMBRE 2018
Nueve días antes de Navidad, la comunidad en pleno sale en peregrinación, con cantos y oraciones, buscando un albergue para la Virgen María. Se le llama la “Novena de Navidad”. Cada noche la dejaban en distintos lugares: el postulantado, la casa provincial, el comedor, etc. Es un momento muy bonito”. NOCHEBUENA Esa primera Navidad lejos de casa fue muy especial. Los prepara- tivos comenzaron con el Adviento. Durante ese tiempo de recogi- miento, se restringió un poco más la comida. No había postre y los infaltables queques y kuchenes de los domingos, desaparecieron. Por las noches leíamos un cuento y teníamos un tiempo para re- flexionar. Nueve días antes de Navidad, la comunidad en pleno sale en peregrinación, con cantos y oraciones, buscando un albergue para la Virgen María. Se le llama la “Novena de Navidad”. Cada no- che la dejaban en distintos lugares: el postulantado, la casa provin- cial, el comedor, etc. Es un momento muy bonito. Había un tractor gigante que se usaba para fumigar y, justo antes de Navidad, lo llenábamos de agua y lo usábamos para limpiar la casa por fuera. El agua sacaba todo el barro y dejaba la fachada relu- ciente. El árbol de pascua era de pino natural y decorado con velas muy de estilo alemán. La casa se llenaba de cantos de Adviento en alemán, latín y español. Eran verdaderos conciertos. Después de la misa de gallo, la hermana más chica de la comunidad tomaba al niño Jesús y lo llevaba en procesión hasta el pesebre oficial en la capilla. Después llegaron los regalos. Como era la primera Na- vidad lejos de nuestra casa, los papás nos habían mandado de todo. ¡Qué alegría! Todas las hermanas se obsequiaban algo. Las más an- cianas juntaban regalos durante todo el año: una estampita, hilos de bordar. Eso es algo que rescaté de mi paso por la comunidad: vivir la Navidad. Rescatar el verdadero sentido del nacimiento de Jesús. UN COLUMPIO EN EL NOVICIADO Entrar al noviciado es como un matrimonio, una mega celebración, donde va todo el mundo. En esa etapa recibes el vestido de María. No tenemos votos, pero sí un contrato ascético en el que te compro- metes a llevar dignamente el vestido de María, ser fiel a la comuni- dad y tener una vida de oración. Llevar el vestido de María es fuerte… Cada prenda representa una virtud. Por ejemplo, el velo simboliza la virginidad; el cinturón, la cas- tidad, etc. Uno de los requisitos para entrar es la virginidad. Ahí nos cambiamos el nombre. Como el mío, que es Constanza, ya estaba ocupado por otra hermana, tuve que elegir uno y escogí Pía, porque era corto y fácil. Con el correr de los días y los meses, ese nombre empezó a tomar un sentido muy grande en mi vida. A ve- ces, con las hermanas jugábamos a los países con nuestros nom- bres nuevos para ir acostumbrándonos. Fue un proceso también. Durante los primeros seis meses del noviciado estás solo con tu cur- so, es decir, con las hermanas que entraron junto contigo, que para esa fecha eran seis. No tienes tanto contacto con la comunidad, porque era un tiempo full de nosotras. Teníamos más clases, más horarios, más tiempos de oración. Pasado ese periodo nos fuimos a vivir a la Casa Provincial con las sesenta hermanas que ahí esta- ban. Había monjas muy onderas. La mayoría o son profesoras o son enfermeras. Cuando tuve micoplasma me cuidaron entre todas. Cada una tenía un trabajo designado, el mío era el comedor. En la mañana trabajábamos y en la tarde teníamos nuestros tiempos de estudio. Todo era muy dinámico. Cada una tenía su “celda” designada, un concepto religioso muy conocido que apela al dormitorio. Era como un gran salón dividido por biombos. En ese pequeño espacio tenía mi cama, mi cruz, mi virgen. Y el libro Ven, sémi luz , de laMadre Teresa de Calcuta escon- dido debajo de mi almohada. Se suponía que no podía leer libros que no fueran de la congregación, pero a mí ella me encantaba. Algunas de mis cosas se fueron quedando en el camino. Mi ropa se la mandé de vuelta a mi mamá, segurísima de que mis hermanas le sacarían provecho. Los libros los dejé en una sala de estudios enorme que teníamos. Y los patines y la pelota se quedaron en la otra casa. Para que el trabajo fuera más eficiente, tenías que hacerlo en silen- cio, pero yo nunca pude. De la lista de tareas que me daban hacía un tercio, porque siempre estaba conversando. Para mí la vida so- cial siempre fue muy importante. Y estar en silencio de verdad que fue un desafío. Nunca me escapé por presión o porque estuviera chata de mi vida ahí. En ese tiempo usaba frenillos y una vez al mes tenía que ir al dentista, que era una prima que vivía en Santiago. Ahí aprovechaba de ir a tomar helado o comerme un Mc Donalds con mis hermanas. Era mi minuto. En las tardes, después de comer, salía a trotar y eso me ayudaba mucho a liberar tensiones. Esa fue una petición especial, que me de- jaran trotar. Me ponía mis Nike negras y listo. Trotaba con mi hábito. Al frente había un recinto privado que pertenecía a la comunidad. Ahí tienen sus plantaciones de frutas y verduras. Ahí mismo trotaba. A mí me encantan los columpios. Un día le pedí al jardinero que me ayudara. Me conseguí las tablas, las cuerdas, busqué el árbol y le pedí permiso a la superiora para construir uno. Durante un mes lo tallé, lo lijé y barnicé hasta que estuvo listo. Fue maravilloso poder columpiarme, sentir la brisa en mi cara. 45 tell. cl
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