TELL SANTIAGO SEPTIEMBRE 2018
V isitar el sur de la región de Aysén, en abril y sin auto, es ideal si se quiere experimentar la Patagonia au- téntica, acomodándose a los horarios y disponibi- lidad de los buses locales, esperando paciente la salida del menú del día, caminando entre los pue- blos cercanos o agradeciendo el aventón de alguno de los pocos vehículos que transitan durante el año. Porque en la Patagonia “el que se apura pierde el tiempo” , dicen sus habitantes, acostumbrados a vivir con el silencio. Son pocos los que llegan a Puerto Guadal, trescientos kilóme- tros al sur de Coyhaique, menos en temporada baja (de abril a octubre), cuando las jornadas transcurren entre el primer fue- go que calienta el hogar, el trabajo con la tierra, la cocina, los animales, la lana y el último fuego que se apaga con la luna; una forma de vida que los guadalinos cuidan delicada y amo- rosamente porque, aunque reconocen los beneficios de recibir turistas, prefieren que lleguen de a poco… “seguir creciendo pero tranquilitos” , como dice el holandés Stefan Veringa, quien sabe que vivir frente al Chelenko, nombre tehuelche del lago General Carrera, es una bendición. “La primera vez que pasé por aquí, en marzo de 1997, estaba lloviendo y los colores del lago eran tan intensos, me impactó ver el hielo detrás, el sol después de la lluvia, la naturaleza me cautivó”, recuerda sentado en el living del Mirador del Guadal, un lodge que fue armando con su familia en sintonía con la comunidad local y, en estos últimos años, con las artesanas. ARTE CHELENKO “Ellos (Mirador del Guadal) nos incentivaron a agruparnos, a hacer artesanía juntas y nos traen turistas para que se lleven recuerdos lo- cales; antes no había nada de eso por acá. Es algo bonito para ambos, la primera tempora- da llegaban grupos de a treinta personas y se llevaban todo, ahora hacemos más cantidades y tenemos para trabajar todo el año”, cuenta Angélica Antiñanco, presidenta de la Agrupa- ción de Artesanas de Guadal o Arte Chelenko, mientras sirve el primer mate. Son nueve socias activas que además de in- ventar adornos con piedras y palos del lago, tejer y bordar, pasan las tardes compartiendo mates y galletas, abrigadas con el calor de una vieja cocina a leña. La colorida casa que las reúne, hace ya casi cuatro años, fue pintada entre todas y tiene una panorámica ideal para apreciar el turquesa de las aguas del lago, par- ticularidad que hizo famoso al Chelenko en el mundo. “Muchos turistas se quedan aquí , pa- rados frente al mural, para apreciar el lago”, comenta Angélica después de pasar el mate a una de sus compañeras, y es que a todas les gusta compartir con los extranjeros que, de
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