TELL STGO AGOSTO 2019
18 tell. cl En Sudamérica los nombres de los países tienen diversos orígenes. Algunos de ellos de procedencia hispana, y otros, provenientes de lenguas locales, con mayor o menor grado de deformación, llegaron a nosotros y, sin mayores cuestionamientos, se convirtieron en el primer eslabón de la identidad nacional que nos identifica con un concepto, un nombre, una patria. El nombre de Chile Entre los de origen foráneo está Colombia, que se llama así por Colón, y Vene- zuela que intenta rememorar a la bella Venecia. También está Ecuador que constata la mitad del mundo, Argentina que nos muestra una tierra de la Plata, o más bien, un corredor por donde provenía el precioso metal desde la región andina, y Bolivia, que recuerda el apellido de uno de los héroes más importantes de la independencia americana. A aquellos nombres debemos sumar Brasil, nombre asociado a un árbol rojizo que los portugueses llama- ron “pao brasil”. Así, podemos observar que una buena parte de las denominaciones naciona- les que hoy dan identidad amillones de personas, en realidad fueron concep- tos foráneos que terminaron siendo asumidos por la población local. Para el caso de los nombres indígenas que están asociados a países suda- mericanos, Uruguay, Paraguay, Perú, Surinam, Guayana y Guyana son buenos ejemplos de cómo conceptos en lengua local terminaron consolidándose, con deformaciones, en conceptos con fuerte carga identitaria. ¿Y Chile? También todo parece indicar que es de origen indígena, aunque no hay consenso en cuanto a cual es la versión más creíble. Por ejemplo, para algunos el nombre proviene del sonido que los triles ( Agelasticus thilius ), aves endémicas de cuyo canto se asemejaría a “Chile, Chile”. Esta hipótesis fue aceptada por muchos, entre ellos el notable científico jesuita chileno Juan Ig- nacio Molina quien, en 1776, defendía la tesis de la onomatopeya mapuche: “Me hace congeturar, que la denominación Chile venga del nombre con que ellos llaman una cierta especie de tordos, de que abunda el Reino sobre to- das las otras aves que pueblan prodigiosamente el pais, llamándolos Thriles o Chiles porque la Th, particular de su alfabeto, la mudan muchas veces en chi, y siendo estamás suave a la pronunciación española, se adaptaron a ella nuestros primeros españoles, y ellos también no hallándola en nada contraria a su nativo dialecto, la han abrazado usando de la voz «chile» en lugar de la dura pronunciación del Thrile, mas por el motivo de perfeccionar la propia lengua a que siempre anhelan, que por adulación a los españoles”. No obstante lo anterior, hoy esta teoría está más lejana a la realidad puesto que, al parecer, el origen proviene de la lengua quechua o de la aymara, es decir, del ámbito andino de dominación inca, previa a la conquista de los españoles. Los que defienden la hipótesis quechua, afirman que la palabra deriva de Chiri , que significa “con- fín”. Y si fuese aymara, vendría de la voz deforma- da Chilli , que podría significar “confín del mundo” o “el lugar más alejado o más hondo de la tierra”. Valga sí recordar que, en Arequipa, el río que pasa por la ciudad se llama Chili, lo que fortalece la idea de que habitantes de dicha región que emigraron al valle del Aconcagua durante la conquista inca pudieron influir en la consolidación del nombre. Precisamente habría que agregar un último dato a la reflexión. En los primeros mapas españoles del siglo XVI, al río Aconcagua siempre le llamaban “Río de Chile”, por lo que todo parece indicar que ahí estaría la clave para entender el misterio de un nombre genuino. conectados con la historia Por Rodrigo Moreno (*) (*) Doctor en Historia. Director Departamento de Historia y Ciencias Sociales. Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDQ4NTc0