TELL SANTIAGO JULIO 2019

30 tell. cl con profesores, gente educada, que habla idiomas. No sé bien qué es lo que provoca que la gente caiga en la droga o en el alcoholismo al punto de perder a su familia y que no se pueda levantar. Acaso la pena o una desilusión muy grande. ¿Cuál ha sido la historia que más te ha llamado la atención? Tengo varias, pero hay una queme dejómarcada para siempre. Una vez comenzó a venir una ancianita y como hacía frío yo la entraba, le cortaba las uñas, la peinaba, a veces le sacaba los piojos. Y me empecé a hacer amiga de ella. Siempre andaba con un abrigo largo negro. Bonito el abrigo. Lo único que pedía era café y conversar. Se llamaba Raquel y cuando venía, me esperaba. Después de venir dos meses, un día desapareció. Nunca más la volví a ver. Pasaron tres meses, cuatro meses, tal vez seis, la verdad es que nunca conté el tiempo. Y me recriminaba por qué nunca le había preguntado dónde vivía. Cuando haces servicio tú solo acoges, no le preguntas a la gente de dónde viene. Un día se estacionó una camioneta. “La media camioneta, tía”, me decían los chiquillos. Estaba bonito, había sol, de eso sí me acuerdo. Y se bajó un caballero que traía una donación de ropa que venía en cajas plataneras, de esas antiguas. Pasó el tiempo y nunca las revisé, hasta que se mojaron con una lluvia. Cuando abrí una caja y me puse a trajinar, apareció el abrigo largo negro. Ahí empecé a hacer memoria, a recordar que el caballero había dicho que la ropa era de su madre que había muerto. Se bajaron rapidito, como con asco, dejaron las cajas y se fueron. Ahí entendí. Raquel tenía hijos y ellos siempre se habían avergonzado de ella. Abracé el abrigo, hasta tenía su olor. En la caja había otro abrigo que ella usaba menos, porque le quedaba ancho. Cuando lo tomé lo sentí pesado. La lluvia, pensé, y lo puse a secar. Después de un par de días, el abrigo seguía pesado y al sacudirlo, escuché que algo sonaba. Adentro del forro había una esclava de oro, pesaba treinta y dos gramos, porque la llevé al joyero. Junto a la esclava habían más joyas: unas gargantillas de perlas cultivadas, una cadena gruesa y pulseras. Ella sabía. ¿Qué sabía? Ella sabía que las iba a encontrar, porque cuando nos tomábamos un café, cuando le cortaba las uñas, cuando la peinaba, siempre me llevaban ropa que venían a donar y yo la trajinaba entera delante de ella. “¿Cómo sabís si no hay unos dólares aquí adentro?”, le preguntaba, mientras toqueteaba la ropa. Entonces estoy segura de que ella, en algún momento, le tiene que haber dicho a los hijos: “lleven la ropa al Ropero de La Matriz”. Porque quería que yo las tuviera, como un tesoro escondido. Quizá durante cuánto tiempo los hijos buscaron esas joyas y nos las encontraron. Nunca supieron.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDQ4NTc0