TELL SANTIAGO FEBRERO 2020
29 tell. cl Arte, poesía y activismo político atraviesan su obra, desde que el golpe de 1973 la encontró en Londres, becada por el British Council. Sus trabajos se exhiben en la Tate Modern de Londres y el MoMA de Nueva York. El año pasado ganó el prestigioso Premio Velázquez de Artes Plásticas. Radicada en la Gran Manzana desde los ochenta, tras un reciente paso por Chile, aplaude la transversalidad del movimiento social. Por Francia Fernández P. / fotografía gentileza Cecilia Vicuña y Lehmann Maupin, Nueva York. arte y banderas Cecilia Vicuña poeta y artista visual “ Usted debe ser sin duda un alma pura”, le escribió una vez el famoso novelista Henry Miller. Cecilia Vicuña (71), poeta y pionera del arte conceptual en Chile, ha transitado muchos caminos desde que, en 1966, cuando era una adolescente, tuvo una especie de epifanía en una playa de Concón: enterró dos palitos en la arena y, al con- templarlos –abajo, el lodo; al fondo, el mar; arriba, el cielo–, se dio cuenta de que todo en el mundo estaba conectado. Y entonces comenzó a crear. El golpe de 1973, que acabó con el gobierno de la Unidad Popular (UP) que ella admiraba, aunque no era militante, la sorprendió en Londres. Allí, junto a otros artistas, formó Artists for Democracy, una agrupación de resistencia a la que adhirieron Julio Córtazar y Roberto Matta. Antes, en Chile, había fundado con Claudio Bertoni (su pareja de entonces) y otros poetas el movimiento Tribu No, y también había llenado de hojas el Museo Nacio- nal de Bellas Artes (MNBA), con su primera expo- sición Otoño y pinturas (1971). La política, la cultura indígena, la ecología, el ero- tismo, el feminismo han atravesado su trabajo: poesías, esculturas, instalaciones, performances y filmes como ¿Qué es para usted la poesía? y Sol y dar y dad, una palabra bailada . Vicuña ha tomado huesos, semillas y otras “basuritas” y las ha con- vertido en algo nuevo, a modo de dignificar los desechos. También es la creadora de conceptos como “palabrarmas” —la palabra como arma— y la autora de una veintena de libros, el primero, Sabor a mí , una especie de álbum publicado en Londres, en 1973, en respuesta al golpe, y que la UDP editó en Chile, en 2007. Radicada en Nueva York desde 1980, formó parte de Heresies : A Feminist Publication on Art and Politics, un referente del pensamiento fe- minista. Sus obras se han desplegado en pres- tigiosas salas del mundo y forman parte, entre otras, de las colecciones de la Tate Modern Gallery el Museo de Arte Moderno (MoMA), de Nueva York, mientras que las conocidas mues- tras con sus quipus —un método de nudos con que los incas llevaban las cuentas y que son asimismo “un registro de información histórica y creativa; un universo de conocimientos” — se han expuesto, tanto en Londres, como en Nue- va York y Santiago. Por teléfono, desde Ciudad de México, donde asistió a la inauguración de una exposición con cien trabajos suyos en el Museo Universi- tario de Arte Contemporáneo (MUAC), la voz de la artista suena inesperadamente joven. “Es la primera retrospectiva de mi obra, que se ini- ció en el Museo Witte de With en Rotterdam, el año pasado”, cuenta con entusiasmo. En 2019, también recibió dos reconocimientos internacionales importantes: el Herb Alpert y el Premio Velázquez.
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