TELL SANTIAGO FEBRERO 2020
pintora Isabel Araneda F ue cuando estudiaba arquitectura en la universidad que encontró, en los ramos de color y dibujo, un mundo nuevo y comenzó a tomar clases con diferentes artistas. “Ahí me fui por un tubo”, reconoce la discípula de Euge- nio Dittborn, “una vez que terminé la carrera me dediqué a pintar”. Corría el 2009. Con varias exposiciones y pre- mios en el cuerpo, decidió partir a Londres. En esa época, Central Saint Martin se alzaba como “la” alternativa para profundizar en otras técni- cas y tendencias artísticas. Postuló a una beca internacional. Presentó un dossier , un manifiesto — statement — acerca de su obra y cartas de reco- mendación. Y quedó. ¿Qué aprendiste allá? De la vida, muchísimo. De pronto estar inserta en una realidad y en un contexto completamente diferentes al que uno creció y al que uno ha pertenecido te cambia la perspectiva de la vida y de las personas y en cómo uno se relaciona. Los artistas —igual que acá— se sacan la mugre para encontrar su voz y profundizar en su técnica, pero Luego de una pausa de ocho años, esta arquitecta de profesión y pintora por vocación, volvió al ruedo. En sus paisajes marinos, ahí donde se funden mar y cielo, Isabel solo usa acrílicos rojos, azules, blancos y amarillos. Y un par de pinceles. Dice que no necesita más. “Volver a pintar fue una ventana mágica, que me hizo reencontrarme con lo que me movía en la vida”. Por Macarena Ríos R. /Fotografía Andrea Barceló Pinceladas
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