TELL NORTE MARZO 2019
¿Cuándo supiste que querías ser pintora? Toda mi vida supe que quería ser artista, pero nunca pensé que lo sería. Mi abuela mater- na siempre pintó. Estudió un año en el Bellas Artes, fue compañera de Matilde Pérez, pero cuando mi abuelo supo que pintaba hombres piluchos la sacó de un ala. Fue ella la que me enseñó las proporciones del rostro. Nos sentá- bamos a pintar por horas. ¿Cuánto te demoras en hacer un cuadro? Depende mucho de la paleta de colores. Pero en general me demoro entre dos semanas y un mes. ¿Trabajas por encargo? Hago harto trabajo por encargo, pero no acepto cualquier cosa. Cada vez me pongo más mañosa, más exigente y más regodeona. ¿Cuál es el formato que más te acomoda? Mis formatos son grandes. Mi base es un metro por ochenta. ¿Es necesario el estudio de una carrera para poder expresarte? No sé si sea necesario, pero creo que es de gran ayuda porque te dan todas las bases, aprendes todas las técnicas. Yo tuve profeso- res muy buenos, como Cienfuegos que es un seco y con quien he tenido grandes conversa- ciones; ellos te hacían razonar, analizar, ir más allá de la obra en sí. Y en ese sentido a mí sí me sirvió, sobre todo para llegar a lo que estoy haciendo hoy. ¿Por qué el esmalte? En el colegio incursioné con el esmalte y rayé con el brillo y su textura. Cuando entré a la universidad logré que me dejaran trabajar con él como un área de pintura experimental. ¿Y cómo es pintar con él? A diferencia del óleo, el esmalte es muy plástico y al cabo de un rato se empieza a poner chicloso, por eso no puedo parar de tra- bajar hasta que esté terminado. Al principio me costó incorporarlo en mis cuadros; tenía cuadros todos chorreados porque pintaba de pie, por eso tengo que pintar con los cuadros acostados, aun- que cuesta más guardar las proporciones. Es todo un desafío.
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